El romance de los siglos

 Soy trovador
de tierras lejanas
y traigo a ustedes
historia extraña, 
traigo en mis manos
las poesías,
las cosas bellas
de aquel pasado.

En las praderas
de tierra germana,
donde a los hombres
los gnomos aman,
vivió la niña 
de amor más puro
que condensaba
en figura humana.

El rey Federico
es quien la ama,
quien la persigue
por las montañas
y con los labios
besa sus mano
desde los dedos 
hasta la palma.

Era un romance 
de noble origen,
sobre la grama
ellos se amaban,
entre la niebla
de las valkirias,
entre las flores
inmaculadas.

Resonaban encantadoras melodías,
ecos ensoñativos de la flauta
que desde el bosque se percibían.

El la miraba y la remiraba,
en los ojos llenos de poesía 
se identificaba con su alma
y sentía un éxtasis embriagante;
en su garganta néctar de flores
para cantarle, siempre cantarle.

Ella sentía corriente alterna;
electricidad que la recorría,
cuado el tocaba su lindo pelo
de reflejos dorados
como el sol de ellos.

Juntos permanecían eternidades
sin llegar al momento
cuando el amor declina.

Su luz...fue luz perdurable,
sus melodías aún resuenan
y aquella historia sigue viva
en los archivos de lo imborrable.

¡Qué tiempos aquellos!
¡Qué amor sublime!
En obscenidades nadie pensaba,
las caricias eran muy suaves
y los sentimientos se respetaban.

En los arribos de lo invisible
quedó el recuerdo de aquel idilio.

Fue en las praderas 
de tierra germana
donde a los hombres
los gnomos aman
y vivió la niña 
de amor más puro
que condensaba
en figura humana.

Soy trovador 
de tierras lejanas
y les he traído
una historia extraña,
tengo en mis manos
las poesías,
las cosas bellas 
de aquel pasado.



Ciudad Guayana, 25 de setiembre de 1991.