Cuentan de una princesa,
incrédula del amor,
que embriagada en su belleza
negó la fuerza de Dios.
Un día tocaron su puerta
era un príncipe de amor,
con una mirada intensa,
incendió su corazón.
Y con palabras del alma,
tan dulces como la miel,
abrió la boca y le dijo
quién era él:
Yo soy el azul que de lejos
se vislumbra en las montañas
y que se tiñe de rosa
al comenzar la mañana.
Toma una gota de amor,
toma una gota de mi alma,
te la regalo sin pedirte
nada a cambio.
Toma un pedazo de mí
y sumérgelo en tu alma,
quiero ser parte de ti,
quiero encenderte la llama.
Y la princesa sintió
que algo se le rasgaba:
¿De dónde podían surgir
esas divinas palabras?
Todo poema inmortal
lo escribe el soplo de adentro
y sus versos de amor
son palabra del Eterno.
Y por eso la princesa
sintió que renacía
desde las cenizas
de su fantasía.
¡Vive Dios!
¡Vive el amor!
Todo lo demás
es ilusión.
Ciudad Guayana, 10 de septiembre de 1991
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